La isla de los ingleses en el corazón de Granada, que cuestionaba Unamuno

La isla de los ingleses en el corazón de Granada, que cuestionaba Unamuno

Gabriel Pozo Felguera firma el mejor y más completo reportaje sobre el Soto de Roma, la propiedad de la nobleza británica que ni reyes ni gobiernos de España se han atrevido a recuperar o expropiar y que el gran Miguel de Unamuno, puede que desconozcas, se atrevió a criticar por suponer una carga para los jornaleros granadinos.

Rehala de sabuesos ingleses, importados de Gran Bretaña, durante una cacería del zorro en el Soto, hacia 1880.

 

  • Toda la realeza británica –excepto Isabel II– ha acudido alguna vez a descansar o cazar en la finca del Duque de Wellington

  • Las Cortes de Cádiz regalaron lo mejor de la Vega de Granada al caudillo inglés en agradecimiento por librar a España de los franceses en 1813

  • Ningún rey ni gobierno español se ha atrevido a recuperarla o expropiarla, basándose en probables indicios de donación ilegal

La mayor parte de la realeza y aristocracia británica –a excepción de la reina Isabel II– han pasado por su isla granadina en alguna ocasión. Incluido el centenario Duque de Edimburgo, enterrado ayer. Esa isla inglesa es el Soto de Roma, propiedad del Duque de Wellington desde que le fue regalada por las Cortes de Cádiz en 1813. Son ya algo más de dos siglos en manos inglesas, que han hecho y deshecho a su gusto, al margen de leyes y costumbres españolas. Una donación que fue política, polémica y cuestionada en muchas ocasiones. Llena de litigios en otras. Pero también un modelo avanzado de explotación agrícola con infinidad de trabajadores más que contentos con el “amo” inglés. Hace ahora un siglo que hasta Miguel de Unamuno se entretuvo en cuestionar una deuda perpetua para los agricultores de la vega, verdaderos afectados por una equivocada decisión política. Como en Gibraltar, España amaga con dar pero no da a la hora de recuperarla.

La primera vez que visité la verja de entrada principal a la Torre del Soto de Roma fue allá por la primavera de 1983. Desde entonces he ido en alguna que otra ocasión, casi siempre por el mismo motivo. En aquella lejana fecha fui a intentar conseguir una exclusiva periodística de primera magnitud, nada menos que la visita de la Reina de Inglaterra. Una garganta profunda del Gobierno Civil había dado el chivatazo al director del periódico donde yo era por entonces un reportero dicharachero. Melchor Sáiz-Pardo me pidió que fuese sigiloso, ya que la pareja de la Guardia Civil haría la vista gorda para que me acercara. Pero yo no contaba con la presencia de dos docenas de guardas escopeteros, los encargados de vigilar los contornos de la finca.

La simpática señora tenía la costumbre de venir por el Soto de vez en cuando, donde entre el VIII Duque y ella daban buena cuenta de unos chupitos de ginebra.

Poco conseguí de aquella supuesta gran exclusiva periodística. La Reina llegó, casi ni paró su coche. Saludó con la mano a los allí congregados y se perdió camino de la Torre. El único inconveniente es que no era la Reina Isabel II, sino la Reina Madre de Inglaterra. La simpática señora tenía la costumbre de venir por el Soto de vez en cuando, donde entre el VIII Duque y ella daban buena cuenta de unos chupitos de ginebra y hablaban de los casi doscientos años que sumaban entre los dos.

 

La Reina Madre de Inglaterra y el VIII Duque de Wellington, en mayo de 1992, durante una visita a Granada. EFE.

 

La Reina Madre fue el único miembro de la familia real británica que he visto por allí (años después la volví a ver en la Alhambra, con su amigo centenario). Mis fuentes de información y los contactos que hice desde entonces me aseguran la presencia continuada de todos los miembros de la realeza británica actuales, más o menos de incógnito. Por allí pasaba el Duque de Edimburgo en los albores del franquismo; tras morir Franco, no se tiene noticia de que haya regresado. Allí trajo el Príncipe Carlos a Lady Di; unos cuantos años más tarde, regresó con su actual esposa, Camila Parker. También la primogénita Ana y el invisible Andrés. Y con ellos una cohorte de lores y personalidades ingleses.

Es más, hasta nuestro rey Juan Carlos I se ha dado más de un paseo por allí. Imitó las cacerías de su abuelo Alfonso a principios del XX. Y Carolina de Mónaco, e infinidad de reyes destronados de casas reales y principados europeos. Así durante los dos últimos siglos. Porque el Soto de Roma fue convertido por los administradores del Duque de Wellington en una isla protegida en la que pasar desapercibidos. El Soto de Roma ha sido inaccesible para los paparazis. Como lo ha sido siempre para los vecinos de la veintena de pueblos y cortijadas que lo circundan; hasta hace medio siglo, todo furtivo se arriesgaba a recibir un tiro de postas; cualquier recolector de espárragos o de musgo podía recibir una perdigonada de sal gorda en las nalgas.

Era evidente que los guardas tenían la orden de alejar de allí a curiosos y no espantar la caza que cuidaban con todo mimo para amazonas y jinetes ingleses. Desde los albores de la presencia de los ingleses, el Soto de Roma se convirtió en una sucursal de las cacerías de zorros, al más puro estilo de la campiña de Bristol. Las antiguas rehalas de mastines y podencos granadinos para desemboscar marranos, corzos, muflones y ciervos, fueron sustituidas por grupos de sabuesos y grifones ingleses, importados directamente desde Gran Bretaña. El Soto siempre tuvo este tipo de animales preparados para las grandes cacerías al estilo británico. Varios viajeros ingleses de la época romántica dejaron referencias escritas sobre esta actividad trasplantada a dos mil kilómetros al sur de Londres.

 

El Príncipe de Gales y Camila, de visita en la Alhambra, durante su viaje al Soto en 2001.

 

No obstante lo escrito, la inmensa mayoría de personas que trabajan en cualquiera de los empleos del Duque se consideran muy afortunadas en los últimos años. En Alomartes y Fuentevaqueros una de las mayores aspiraciones ha consistido en conseguir entrar a prestar servicios a los ingleses. Una heredera del actual Duque incluso eligió la iglesia de Íllora para contraer matrimonio; las relaciones actuales entre extranjeros y autóctonos son cordiales. Aunque históricamente, la relación entre el caudillo de Waterloo, sus administradores y los colonos y obreros no ha sido tan fluida.

De cazadero real a tierra de colonos

El Soto de Roma fue hasta finales del siglo XV una gran finca forestal y de caza propiedad de la casa real nazarita. Se trataba de una extensa finca situada entre las márgenes derechas de los ríos Cubillas y Genil, extendiéndose en suave pendiente hacia las sierras Pelada y de Parapanda. En su demarcación crecían encinas centenarias, pinares y arbolado de ribera; el lugar solía tener una zona pantanosa y encharcada casi permanentemente. En sus laderas existen varias surgencias que aportan agua al Genil. El aprovechamiento agrícola se hacía, en época nazarí y tiempos moriscos, en régimen de minifundio, que no sobrepasaba ni el 25% de su superficie total. La veintena de poblaciones y cortijadas que la circundaban solían explotarlas en régimen de pastos comunales y saca de maderas bajo permiso y supervisión del patrimonio real.

La monarquía española le confirió carácter de Real Sitio, gobernado conjuntamente con la Alhambra, el Generalife, la Alcaicería y el castillejo de Puerta Elvira. No obstante, la enorme finca real contó muy pronto con una estructura administrativa y judicial propia.

Con la llegada de los Reyes Católicos no cambió mucho la relación de la población con los propietarios reales del Soto. La monarquía española le confirió carácter de Real Sitio, gobernado conjuntamente con la Alhambra, el Generalife, la Alcaicería y el castillejo de Puerta Elvira. No obstante, la enorme finca real contó muy pronto con una estructura administrativa y judicial propia. Se empezaron a incrementar las desecaciones de zonas pantanosas, la roturación de tierras baldías, la construcción de canales y acequias, puentes sobre los ríos, molinos de pan, etc. Pero, aun así, el Soto y su casa real continuaban siendo el mejor coto de caza para la realeza y aristocracia granadinas.

Allí acudía a cazar el emperador Carlos V durante su estancia de seis meses en el año 1526, recién casado con Isabel de Portugal. El lugar está situado apenas tres leguas de la Alhambra. Durante aquellas cacerías del Emperador alguien se dio cuenta de la riqueza maderera que tenían sus bosques; y comenzó la primera deforestación de las encinas centenarias: durante muchos años del reinado de Carlos V estuvo funcionando en el Soto una fábrica de cureñas para soportar los cañones de fortalezas y navíos. Dicen que la dureza de sus maderas aguantaba como ninguna otra las estampidas de sus explosiones. También fue sacada del Soto toda la madera empleada en la construcción del Palacio de Carlos V y reparaciones en la Alhambra (Este hecho se iba a repetir en 1800 para construir la plaza de toros de madera en el patio de los Aljibes y entre 1810-12, cuando los franceses sacaron vigas para fortalecer las defensas de la Alhambra).

Por aquella época se habla de toda clase de animales salvajes poblando sus espesuras, hasta perderse en los altos de Parapanda. La presencia del oso está atestiguada en el Soto de Roma durante todo el siglo XVI.

La segunda gran deforestación de árboles centenarios ocurrió durante el reinado de Carlos II, último Austria, entre los años 1679-81. La epidemia de peste bubónica asoló esos pueblos, mató a mucha gente y empobreció a particulares y a los ayuntamientos. El concejo de Íllora solicitó al rey talar buena parte de la madera, en torno a 30.000 pies, para pagar deudas y poder socorrer a vecinos hambrientos. Parece que no fueron talados tantos, pero sí buena parte.

 

Plano fiscal del Soto, 1752, donde se detallan los pagos, caminos, cortijos, ríos. Tenía una superficie de 27.767 marjales (1.446 has.) AGS.

 

Felipe V estuvo en Granada entre el 23 de marzo y 5 de junio, procedente de Sevilla. Arrastró a toda su corte. Pero pronto se hartó de vivir en la Alhambra y decidió trasladarse al palacio del Soto a dedicarse a cazar faisanes.

La siguiente visita de un rey a esta posesión tuvo lugar en la primavera de 1730. Felipe V estuvo en Granada entre el 23 de marzo y 5 de junio, procedente de Sevilla. Arrastró a toda su corte. Pero pronto se hartó de vivir en la Alhambra y decidió trasladarse al palacio del Soto a dedicarse a cazar faisanes. Precisamente durante el segundo mandato de Felipe V, en 1743, fue nombrado Sancho Inclán como administrador; fue uno de los preilustrados que se dio cuenta de que había que comenzar a poner en producción las zonas pantanosas y repoblar con 60.000 moreras y 15.330 álamos; la gente del lugar ya estaba emigrando a América. Se trató de convertir el Soto en una finca productiva moderna. A esto le seguiría el proyecto de acequia de Albolote, con aguas del Cubillas. De tal manera, que cuando se redactó el Catastro del Marqués de la Ensenada (otro que lo visitó durante su destierro en Granada), el Soto era descrito como una moderna explotación agraria: era una propiedad de la Corona, que la arrendaba a colonos; tenía 27.767 marjales (1.446 hectáreas; medía legua y media de Este a Oeste y tres cuartos de legua de Norte a Sur (unos 7X3,5 kms.); de toda la superficie, había en regadío 6.980 marjales. Once cortijos, molino de harina y Casa Real. Tenía una docena de empleados en su administración, varios centenares de familias como colonos, casi todos los pueblos tenían derechos de pastos y aprovechamientos como dehesa del común. Y en la capital y dos pueblos cercanos había casi una veintena de conventos que recibían parte de sus rentas.

Richard Wall el ilustrado y el Príncipe de la Paz

La importancia que le daba la monarquía española a este real sitio en tierras de Granada queda de manifiesto al anotar cómo un primer ministro de Carlos III y el valido de Carlos IV, Manuel Godoy, estuvieron entre los siguientes poseedores del Soto a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En 1765 se retiró al Soto de Roma a encargarse de su administración y de la Alhambra, donde acometió algunas reparaciones. El sitio fue un regalo real, con la condición de que revertiera a la corona cuando muriese sin descendencia. Tal como ocurrió después. Como hombre ilustrado, se ocupó de mejorar la explotación agrícola y forestal de la finca, así como de la reforma de la Casa Real.

Richard Wall y Devreux (1694-1777) fue un francés que desarrolló la mayor parte de su carrera militar y política en España. Ocupó ministerios y la jefatura del gobierno con varios monarcas. En 1765 se retiró al Soto de Roma a encargarse de su administración y de la Alhambra, donde acometió algunas reparaciones. El sitio fue un regalo real, con la condición de que revertiera a la corona cuando muriese sin descendencia. Tal como ocurrió después. Como hombre ilustrado, se ocupó de mejorar la explotación agrícola y forestal de la finca, así como de la reforma de la Casa Real. Entabló relación con el pintor local Fernando Marín Chaves (1737-1818); a sus encargos se debe la existencia de varios cuadros repartidos por iglesias de la Vega (Virgen de los Dolores de la Iglesia de Alomartes), por el Palacio Real de Madrid y algunas colecciones particulares. Se sabe por la visita del Conde de Maulo, en 1798, que el Soto de Roma tenía al menos cuatro cuadros de este pintor barroco de la escuela granadina. Uno de ellos era un paisaje de la zona tras una inundación; otro es un retrato del propio Wall en el que aparece como fondo el paisaje del Soto de Roma y la sierra Parapanda. Hubo un tercero con una escena de San Pedro dando limosna.

Richard Wall falleció en el Soto de Roma en 1777 y fue enterrado en sus tierras.

 

Richard Wall, con el Soto de fondo, retratado por Fernando Marín Chaves, entre 1765 y 1777. MUSEO NAVAL.

 

Copia del óleo de Francisco Javier Ramos y Albertos, encargado por Carlos III para el Soto de Roma, que acabó en el Palacio Real de Madrid. Se titulaba “San Pedro curando al paralítico a las puertas del templo”.

 

En el extenso inventario de bienes incautados al valido Manuel Godoy figuran cuatro óleos del Soto de Roma. Fue así porque el todopoderoso primer ministro de Carlos IV fue propietario del Soto de Roma entre 1795 y el 19 de marzo de 1808 en que fue destituido por el Motín de Aranjuez y confiscados todos sus bienes (decreto de 25 de marzo). La caída del Soto en manos de Godoy fue un regalo de Carlos IV como premio por haber conseguido firmar la paz con Francia mediante el tratado de Basilea; un real decreto de 5 de septiembre de 1795 cambió de manos la inmensa finca. Godoy recibió, además, los títulos de Príncipe de la Paz y Señor del Soto de Roma (o de la Torre de Roma). A cambio, Godoy cedió a Carlos IV unas posesiones que tenía en Aranjuez.

 

Godoy, pintado por Goya en 1801, cuando era propietario del Soto de Roma. ACADEMIA SAN FERNANDO.

 

Las intrigas del momento hicieron que Godoy sufriera un bache (28 de marzo de 1798) y fuese sustituido por Saavedra y Jovellanos en las preferencias reales. Tardó algo más de un año en regresar a la privanza real, momentos que aprovechó para viajar al Soto de Roma y dar un impulso a obras en su nueva finca. De 1799 es el proyecto de construcción del acueducto que aporta agua al ya preexistente Molino del Rey, amén de sanear el cauce del Genil. En sus Memorias, Godoy recuerda que dedicaba más de 6.000 marjales a sembrar lino para la fábrica de lonas de barcos del Albayzín. El Príncipe de la Paz también se hizo en Granada capital con algunas propiedades durante el breve tiempo que estuvo en estas tierras: adquirió una casa en la calle Buensuceso, cuatro casas pequeñas en diversos barrios, dos tiendas, un horno de pan y unos terrenos en Huétor Santillán.

 

Acueducto del Molino del Rey, ordenado construir por Godoy. EXCLUSIVE GRANADA

 

Las cuentas del Soto de Roma cuando Godoy fue desposeído de la propiedad real apuntan a que aportaba a su peculio alrededor de un millón de reales al año. La medición que se efectuó de los terrenos coincidía prácticamente con la realizada medio siglo antes con motivo del Catastro de la Ensenada: 27.767 marjales.

Durante el mandato de José I Bonaparte, el Soto de Roma volvió a pasar a patrimonio real. Allí permaneció en situación de semiabandono y deforestada por el general Sebastiani, hasta septiembre de 1812 en que los franceses abandonaron Granada.

Regalo de las Cortes de Cádiz

Las Cortes de Cádiz y su regente quedaron como único reducto político contra la invasión napoleónica de 1808 a 1813. Se echaron en manos de las tropas inglesas y partidas españolas para luchar contra los gabachos. Surgió la figura del general inglés Arthur Wellesley como capitán general de todas las tropas antinapoleonicas. Su poder y su fama se acrecentaron tanto entre 1811 y 1813, que la España libre la aclamaba. Recibió honores, distinciones, regalos y propiedades allá por donde pasaba. El título de Duque de Ciudad Rodrigo, una espada de oro de la ciudad de Vitoria, caballos, cuadros, etc. Pero sin duda el mayor y más valioso regalo de todos fue la propiedad del Real Sitio del Soto de Roma. Así lo debatieron y decidieron las Cortes de Cádiz en el mes de julio de 1813.

La idea había surgido de la mente del diputado granadino Domingo Dueñas y Castro (Huéscar, ?- Baza, 1821). La recogió el jefe de filas Agustín Argüelles y salió adelante por unanimidad. El 22 de julio de 1813 era publicada la donación en el boletín de las Cortes, en un texto corto e inconcreto. Aquella parquedad de la donación fue el origen de dos siglos de dudas jurídicas.

 

Página del boletín de las Cortes de Cádiz por la que se donó el Soto de Roma y las Chancinas (Chauchina) al general Arthur Wellington. ARCHIVO CONGRESO DIPUTADOS

 

El general Welington aceptó gustoso la donación y así lo comunicó a las Cortes en carta al ministro de Guerra de fecha 8 de octubre de 1813: “Es la mayor gracia que he podido recibir del Congreso, porque me une de un modo singular a los españoles”.

En el Catastro de Granada, contaduría de hipotecas de 1814 (AHPGR), figura una inscripción muy similar al decreto de las Cortes, que no es demasiado explícito: “Terreno en la vega de esta ciudad con la denominación del Soto de Roma inclusas las Chauchinas y la Dehesa llamada de Yllora, para que lo posea en la misma forma que lo ha poseído la Hacienda Nacional con arreglo a la Constitución y a las Leyes para sí sus hijos y herederos y sucesores en remuneración parcial de los distinguidos servicios que ha hecho a favor de la libertad e independencia de la misma Nación”.

Wellington, que por entonces todavía no era duque, envió rápidamente a un subordinado suyo a tomar posesión de las tierras en la Vega de Granada. Incluso antes de su aceptación (el 29 de septiembre de 1813) ya había nombrado administrador a su brigadier José O´Lawlor. Éste se desplazó rápidamente al Soto y amojonó las tierras para su nuevo amo. Tomó para sí las tierras que le dijeron habían sido propiedad de Godoy, tanto la Dehesa Baja de Íllora, como la Dehesa Alta de Íllora (separada del Soto) y todas aquellas hazas que le dijo un atemorizado administrador. Los ayuntamientos de los alrededores, también obnubilados por la personalidad de Wellington, no abrieron la boca ante la avaricia del brigadier. Bien sabían algunos que el inglés se estaba apropiando de terrenos que no eran exactamente de realengo y, sobre todo, se temían que los usos seculares del común iban a sufrir en el futuro.

La primera cuestión que suscitó aquella donación de las Cortes de Cádiz fue su presunta ilegalidad. Para empezar, los diputados donaron una propiedad que era inalienable por pertenecer al patrimonio nacional. Así lo estipulaban varios artículos de la Novísima Recopilación (1805) que estaban vigentes por entonces. Concretamente, el libro III sobre los reyes, casa real y su corte,  expresaba claramente… “no valgan mercedes y donaciones de pinos, galeras y otras cosas de las atarazanas reales, ni las hechas al Rey señor y otros extranjeros por el Rey, por donatarios y jurisdicciones de lugares, castillos, tierras y heredades de estos reinos”  (…) “todas las ciudades, villas y lugares del Rey, fortalezas, términos y jurisdicciones sean de naturaleza e imprescriptibles y permanezcan siempre en la Corona sin que pudieran los reyes enajenar el todo o parte”.

En cuanto Fernando VII regresó al trono, a principios de 1814, lo primero que hizo fue anular todos los acuerdos de las Cortes de Cádiz, incluida la Constitución de 1812. Eso incluía la concesión del Ducado de Ciudad Rodrigo y, más importante, la donación del Soto de Roma. ¿Pero por qué no fue recuperado el Real Sitio para la Corona? De siempre ha sostenido el Ducado de Wellington que Fernando VII hizo una excepción con el Soto de Roma; supuestamente, tienen una carta firmada por Fernando VII nada más entrar por Gerona en la que confirmó la donación del Soto. Pero esa carta jamás ha sido mostrada.

Lo más probable es que Fernando VII tuviese miedo de enfrentarse al inmenso poder de Inglaterra y del general Wellington. No olvidemos que un año después, este mismo caudillo inglés acabó con el imperio de Napoleón en Waterloo.

Pero Fernando VII, tímidamente, inició un pleito judicial en la Real Chancillería de Granada para discutir la legalidad de aquella donación. No debió atreverse a adoptar una medida política contra Wellington, dejó el asunto en manos de los jueces. Wellington, para complicar la situación, llegó a ser primer ministro de Gran Bretaña en 1828. Por entonces era el hombre más poderoso de Europa. ¿Habría sido capaz de invadir España para recuperar su Soto?

El pleito continuó su tramitación en la Real Chancillería de Granada hasta después de fallecido Fernando VII. En 1836 dieron la razón al Duque; le confirmaron la propiedad en la flamante Audiencia Territorial, en 1839. Así fue como quedó sentado para el futuro el derecho de posesión del Soto de Roma para la saga inglesa de los Wellington. A toro pasado se descubrió que buena parte de los jueces de la Audiencia también trabajaban a sueldo del Duque de Wellington en otros pleitos y asesorías.

Durante los dos siglos siguientes, algunos políticos españoles han intentado buscarle las cosquillas y recuperar la propiedad para el patrimonio nacional. Pero han sido sólo eso, cosquillas.

El primer administrador español no llegaría hasta 1945 (Agustín Viñas); y ya a partir de 1971 empezaron a ser españoles.

Los Wellington del siglo XIX visitaban muy espaciadamente el Soto de Roma. Cuando lo hacían, venían en barco hasta el puerto de Gibraltar y desde allí en carroza hasta Granada. A partir de 1873, cuando el ferrocarril llegó hasta estas tierras, la realeza y la aristocracia inglesa aumentó su presencia. Para 1880 la finca ya había sufrido cambios espectaculares: habían sido puestas en olivar y viñedos grandes extensiones de terrenos; se incrementaron los regadíos; fue construida una pantaneta e instalado el primer ariete hidráulico de agua de la provincia (1879); la mecanización llegó a la Vega de manos inglesas, etc. Pero los administradores ingleses tenían el concepto de que era una explotación medieval, con unas 1.350 familias de colonos a su servicio (unas 10.000 almas), que pagaban religiosamente en especie. Pero contentos, al fin y al cabo. Todos los administradores de la Casa Wellington fueron ingleses, y residentes en su mayoría en Madrid. Delegaban en otros mayordomos, manijeros, capataces y guardas el cuidado y el látigo. El primer administrador español no llegaría hasta 1945 (Agustín Viñas); y ya a partir de 1971 empezaron a ser españoles.

Desde Londres, el Duque de Wellington debía ver muy lejana aquella propiedad de España. Recibía las pingües rentas anuales y confiaba en sus administradores. La mayoría solían ser generales o almirantes retirados. Alguno de ellos les salió rana. Fue el caso del que tenían en 1848; fue encausado por la justicia granadina bajo la acusación de malversación de fondos e impago de impuestos. El tema salió en prensa, apuntando al Duque. Rápidamente, el nuevo administrador, Roberto Grindlay, tuvo que correr para rectificar la conducta de su antecesor y pedir disculpas porque el Duque de Wellington, ex primer ministro británico, no tenía conocimiento de los abusos de su subordinado en España.

 

La Torre de los Ingleses, según dibujo del administrador Horace Hammick (1858).

 

La Torre en la actualidad.

 

Por aquel año 1848 y su consiguiente revolución de militares liberales (Espartero) fue cuando empezaron a tantear la posibilidad de expropiar la finca al lord inglés. Pero el fracaso revolucionario y la imposición del Espadón de Loja (General Narváez) dejaron las cosas como estaban.

Fueron años en que también los descendientes de Manuel Godoy comenzaron a pleitear contra la Hacienda pública para que les devolviesen las propiedades incautadas en 1808. Por sentencias judiciales y por decretos de Isabel II de 1844 y 1847 se reconocía que la incautación había sido ilegal al no mediar un proceso judicial y sentencia firme contra él. Había que devolvérselas, y entre sus fincas se encontraba también el Soto de Roma, del que fue propietario legal entre 1795 y 1808.

 Recorte de prensa de 1844 en el que se fijaba en 100 millones el valor de lo que había de devolverse a Godoy. Estaba incluida la devolución del Soto de Roma.

 

La propiedad del Soto no volvería a ser cuestionada ni molestada hasta veinte años más tarde, durante la revolución Gloriosa y la expulsión de la casa Borbón de España. En 1873 fue declarada la I República española y, en Granada, el Cantón Independiente Granadino. Los revolucionarios granadinos, llamados de las alpargatas, se dirigieron en varias ocasiones a hacerse cargo del Soto de Roma. Un verdadero ejército de guardas armados defendió a tiros la finca, incluidos algunos mercenarios contratados por el administrador inglés. Aquello debió parecerse mucho al ejército de Pancho Villa en estampida.

Quien sí se tomó más en serio la posibilidad de expropiar el Soto de Roma fue Emilio Castelar, durante su corto periodo como presidente de la I República. Declaró la nacionalización de todos los bienes que habían sido propiedad de Manuel Godoy, pero cuando se topó con el Duque de Wellington y su propiedad española del Soto de Roma debieron temblarle las piernas.

 

Coche de caballos faetón de los Wellington para acceder a la estación de ferrocarril y recorrer sus tierras. Hacia 1915. El primer coche de motor llegó al Soto en 1922, matrícula GR-195. ILLORA, IMAGEN Y MEMORIA

 

A partir de la restauración de Alfonso XII, en 1875, empezó la etapa dorada de la finca española del Ducado de Wellington. Un periodo de tranquilidad en que los poderes públicos y la Guardia Civil se encargaron de que nadie cuestionase ni se fijase en la isla de los ingleses. Fueron los años en que, a lo sumo, la prensa resaltaba las visitas de grandes títulos nobiliarios, las cacerías y los festejos. El Duque incluso construyó una conexión de ferrocarril para transportar a sus trabajadores/colonos a fiestas en Granada. Fueron tiempos de mucha caza del zorro, en la que participaba lo más granado de la Grandeza nobiliaria española. Por aquellos años, también el Duque de San Pedro de Galatino quiso emular a Wellington y adquirió la localidad de Láchar y una porción anexa al Soto, donde también construyó su ferrocarril y se hizo señor neomedieval. Los Wellington debían necesitar cada vez más recursos para mantener su elevadísimo nivel de vida en Londres; esa debió ser la causa de que se deshicieran de algunas parcelas en los bordes de la inmensa finca. Uno de los compradores a finales del siglo XIX fue el padre de Federico García Lorca; éste adquirió tierras en Daimuz alto, que roturó y puso en regadío y al final fue el origen de la fortuna familiar.

El Soto de Roma ya no tenía los 27.767 marjales iniciales. Ni siquiera más con las apropiaciones subrepticias del primer brigadier-administrador. El siglo XX lo comenzó con aproximadamente una cuarta parte menos de superficie; aun así, se trata de una de las fincas más extensas de la Vega, y de las más productivas.

En España pasó por entonces casi desapercibida la operación que hicieron los belgas con una situación parecida a la del Soto de Roma. En Bélgica habían seguido el ejemplo de las Cortes de Cádiz y donaron a Arthur Wellington unos terrenos cerca de Waterloo, donde tuvo lugar la batalla. Se la dieron para sí y sus descendientes.

 

otilla publicada por el periódico republicano El Día, en febrero de 1883, sobre el caso similar de Bélgica.

 

Noticia de 1890, cuando todavía los belgas continuaban preguntando el porqué de pagar 80.598 francos al Duque de Wellington.

 

Pero los astutos belgas se basaron en 1883 en que la descendencia directa del Ducado de Wellington se había extinguido al fallecer el II Duque sin hijos; le sucedió en el título su sobrino Henry. Por tanto, ellos habían donado la finca para él y sus descendientes; no para una línea paralela. Por tanto, empezaron a presionar para que devolviese la finca, valorada en 8 millones de francos por entonces. A cambio, le darían una pensión durante unos cuantos años. Con esta fórmula finiquitaron el asunto antes de que acabara el siglo XIX.

Época de revoluciones en Granada

Las cuatro décadas de tranquilidad, tedio y cambalaches políticos durante la Restauración se tornaron la antesala de las revoluciones a partir de la gran huelga de febrero de 1919, que estalló en Granada y contagió a toda España. Ya para 1918, el Ducado de Wellington debió tantear la posibilidad de vender el Soto de Roma en grandes parcelas. Y le estorbaban los 1.367 colonos que tenía trabajando sus parcelas. La costumbre ancestral consistía en que cada uno pagaba al inglés en especie. De este modo, el absentista percibía miles de fanegas de trigo, cebada, aceituna, vino, etc. Para 1918 se disparó el precio del trigo y el administrador decidió modificar unilateralmente el sistema de pago, cambiándolo por dinero. Para ello trajo a Granada al abogado Eduardo Dato (quien después fue presidente del Gobierno y murió asesinado). En el fondo subyacía un intento de deshacerse de la relación contractual de los colonos, con derecho de cultivo y sucesión sobre sus tierras, para poder venderlas.

 

 

Creció tanto el malestar que en 1920 se organizaron movilizaciones de colonos. El asunto fue apoyado por políticos liberales, especialmente por José Morote y Creus, que era especialista en temas agrarios. Este hombre, natural de Huéscar, fue diputado por Granada entre 1910 y 1920 (después lo fue por Cádiz en 1923). Era liberal y estuvo profundamente enfrentado al caciquismo de los lachiquistas. José Morote tomó la causa de los colonos del Soto como bandera; organizó movilizaciones, con una magna huelga y mitin en la plaza de toros; llevó el tema a Madrid, con una sonada conferencia en el Ateneo; publicó en prensa; escribió un libro en el que cuestionaba incluso la legalidad de la donación de las Cortes de Cádiz, etc, etc.

Contagió en su lucha al famoso periodista granadino-madrileño Fabián Vidal (Enrique Fajardo Fernández), quien sostuvo una campaña en su periódico La Voz bajo el título “Lo legal y lo justo”. Evidentemente, se mostraban en contra del Duque de Wellington: denunciaba que enviaba 80.000 duros anuales a Londres, limpios de polvo y paja, mientras tenía a 1.367 familias de colonos viviendo en condiciones de vasallaje como en la edad media.

El contagio de lo que ocurría en el Soto de Roma se extendió a todos los medios de comunicación de España. Explicaron lo que entendían como abusos de un sistema de explotación medieval. El más insigne intelectual que se mojó en el asunto fue Miguel de Unamuno; escribió un demoledor artículo en El Liberal en el que cuestionaba la propiedad de la naturaleza y de los medios de producción; incluso, de soslayo, cuestionó la propiedad de la nieve de Sierra Nevada y la pensión de Moctezuma que recibían por los granadinos Condes de Miaravalle. Estaba totalmente en contra de las deudas perpetuas, y menos aún de que los colonos del Soto de Roma tuviesen que pagar eternamente las deudas de las batallas de Arapiles y Vitoria. De paso, aprovechó para recordar que el entonces presidente del Gobierno había estado en nómina del Ducado de Welllington. Eduardo Dato fue asesinado al año siguiente.

 

Publicado por Unamuno en El Liberal, 21 de noviembre de 1920.

 

En 1922, tras tanta presión de José Morote, el Ducado de Wellington desistió de sus intenciones y accedió negociar una nueva solución. Wellington firmó para que los colonos que lo desearan fuesen los primeros en adquirir las tierras que sus antepasados venían desbrozando, desecando, ganando al pantano y labrando desde siglos atrás; se las pagarían durante los próximos 20 años. Otros colonos decidieron vender sus derechos a los ingleses. La paz llegó al Soto, si bien todavía en 1922 volvió a darse una nueva huelga general en desacuerdo por determinados incumplimientos y abusos.

 

El IV Duque de Wellington y su esposa en visita a su finca, en 1927, rodeados por jóvenes de Fuentevaqueros. MUNDO GRÁFICO

 

La penúltima bajada de pantalones del Estado español relacionada con la recuperación del Soto de Roma tuvo lugar durante la II República. El Ayuntamiento de Fuente Vaqueros aprobó una moción muy clara exigiendo al Gobierno que acometiese la expropiación del Soto de Roma en el proyecto del Instituto de Reforma Agraria. Debería repartirla entre los colonos que llevaban tres siglos encadenados a esas tierras, las habían roturado y se habían dejado el sudor y la vida en ellas. Enviaron la propuesta al gobierno.

Pero al ministro Marcelino Domingo, impulsor de la reforma agraria de 1932, debió entrarle el mismo tembleque que al presidente Castelar en 1873. Metió la propuesta del Ayuntamiento de Fuente Vaqueros en un cajón y exceptuó al Soto de Roma del listado de las fincas a expropiar. El temor a un conflicto diplomático con la poderosa Inglaterra pesó más que la impartición de justicia a miles de colonos de la Vega de Granada.

Para finalizar, la época superdorada de la isla inglesa en el corazón de Granada se ha vivido desde 1940 hasta la actualidad. La tranquilidad ha sido absoluta; la finca es un modelo de explotación agrícola que da empleo a centenares de personas. Por supuesto, ha acogido y sigue acogiendo visitas de la realeza mundial. El actual Duque de Wellington nada tiene que ver con la rancia nobleza británica de años atrás. Los medios de locomoción permiten que sus propietarios estén presentes en un instante. Las relaciones del IX Duque y su saga son muy cordiales con los pueblos vecinos.

 

asdadfafJornaleros de la Vega intentan tomar la finca de Duque de Wellington en el año 1983. JUAN FERRERAS.

 

Las únicas anécdotas recientes tuvieron lugar en la década de 1980-90, cuando algunos jornaleros se presentaron a las puertas de la finca pretendiendo ocuparla y vivir de ella. Iban espoleados por sindicatos agrarios, agitadores sociales a sueldo y amparados por la entelequia de reforma agraria de Andalucía surgida en la mente del consejero Manuel Manaute. Fue famosa la respuesta de un presunto ocupante, tartera, termo y sombrilla en mano, quien al ser preguntado cómo iba a poner en explotación la finca, respondió: “Es un fastidio que no me den mi parte, ya que tenía apalabrada su venta”.

El último intento por cuestionar la donación del Soto, o al menos en parte, surgió en 2010 por el entonces alcalde de Íllora, Francisco Domene (PSOE). Hace ahora justo diez años encargó a un despacho de abogados la investigación y tramitación de una demanda para intentar recuperar la Dehesa Baja de Íllora. Esgrimía argumentos históricos de peso, sobre todo basados en la ausencia de documentación y apeos concretos de la finca donada en 1813. Me constan muchas visitas de estos abogados a los archivos históricos del Catastro. No tengo constancia de que la demanda haya cuajado en los tribunales.

Consideración final. Ahora que el IX Duque de Wellington, Arthur Charles Valerian Wellesley, tiene tan buena relación con Íllora, donde incluso casó a su hija Lady Charlotte recientemente, no estaría de más que informara o abriera sus archivos históricos para que podamos conocer los restos arqueológicos que han ido apareciendo en la finca durante los dos últimos siglos.

La zona estuvo profundamente romanizada entre los siglos I A.C. y VI DC. Se tiene constancia de continuas apariciones entre los siglos XVI y XVIII, a las que no se dieron valor ni importancia. La Comisión Provincial de Monumentos se quejó muchas veces en la segunda mitad del XIX de la opacidad que mantuvieron los administradores en cuanto aparecían restos arqueológicos. Nunca permitieron la práctica de excavaciones, más allá de poder acceder al estudio de la torre musulmana de Roma.

Se sabe qua hacia 1870 apareció en terrenos del Soto un sarcófago romano de plomo. En la finca hay un pedestal romano de siglos II-III, aparecido en 1883, que tiene la siguiente inscripción: “Consagrado a los dioses manes Cayo Emilio Cantabrinde, natural de Sexi, de 62 años de edad, cariñoso con los suyos, aquí está enterrado. Sea para ti la tierra ligera”. En el Museo Arqueológico de Granada hay un capitel visigótico que apareció cerca del pago de Daragoleja. El padre de García Lorca halló tégulas y enterramientos romanos en sus tierras de Daimuz cuando las estaba poniendo en labor.

 

Autor: Gabriel Pozo Felguera

Fuente: https://www.elindependientedegranada.es/ciudadania/isla-ingleses-corazon-granada-que-cuestionaba-unamuno